El cambio tecnológico obliga a poner la vara en lo más alto

Cuando los precios internacionales de los granos son buenos hay temas estructurales que se relegan a un segundo plano. Sin embargo, aunque no los veamos, están allí.

Uno de ellos es la velocidad del cambio tecnológico y lo que se está haciendo en el país para adaptarse a él. El interrogante que se presenta es si hay un marco adecuado para desarrollar el potencial que a priori presentan las nuevas tecnologías o se hace todo “a media máquina”.

En una reciente presentación de una plataforma digital de una compañía de insumos, Federico Mayer, CEO y fundador del Club AgTech, explicaba que en el centro de ese cambio está la gestión de los datos. “Hay un crecimiento exponencial en el procesamiento de información: las computadoras de hoy tienen un millón de veces más de poder de cálculo que las que tenían en los tiempos de la misión Apolo, cuando el hombre llegó por primera vez a la Luna”, dijo. Eso, a su vez, provoca que la innovación tecnológica sea disruptiva: las viejas estructuras dejan de existir y se establecen nuevas relaciones. “Pasamos de un mundo centralizado a otro vinculado en red, hipercomplejo y multicausal”, sostuvo. En ese contexto, puntualizó que el “manejo de datos es crucial para la gestión de la tierra, el capital y el trabajo”.

Este cambio, que ni la pandemia del coronavirus pudo detener, alcanza a todos los sectores sociales y económicos. En el caso del agro, según Mayer, la agricultura digital es el principal fenómeno disruptivo. Destacó que los equipos que ofrecen aplicaciones selectivas permiten hasta un 80% de ahorro en herbicidas, por ejemplo. No obstante, puntualizó que todavía hay una brecha amplia entre quienes adoptan las nuevas tecnologías y quienes tienen una actitud pasiva. “Solo un 14% de los productores usa prescripciones variables”, señaló.

Esta transformación tecnológica también modifica la relación con los consumidores. “Cada vez son mayores las exigencias de trazabilidad”, destacó. Eso significa conocer desde el origen cómo se produce. Eso además, podría generar la creación de nuevas instancias de valor con los datos que se obtienen. En la misma presentación de la plataforma digital se mostró cómo un productor del sur bonaerense que utilizaba mapas satelitales para conocer la evolución del trigo lograba contratos preferenciales con un molino brasileño que quería asegurar la calidad de su abastecimiento.

Otro ejemplo reciente se encuentra en el reconocimiento de los compradores europeos de balanceados al programa de Agricultura Certificada de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) en forma de créditos.

Pese a las dificultades macroeconómicas en la producción argentina, claramente hay una base sólida de innovación tecnológica y de respeto al ambiente. Según un reciente informe de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires sobre prácticas ambientales, el país “es líder en la adopción de prácticas para la agricultura de conservación, como la siembra directa y los cultivos de cobertura. Incluso en los últimos cinco años también han mejorado otros parámetros como la nutrición de los suelos”.

Entre otros datos, el trabajo destaca que la siembra directa se aplica en un 91% de la superficie nacional, que el porcentaje de productores que realiza cultivos de servicio, o cobertura, se incrementó en un 19% en la última campaña agrícola (ver página 9) y que el porcentaje de rotación con gramíneas se mantiene en un 44 por ciento. A su vez, el porcentaje de productores que realizó el muestreo de suelos, clave para desarrollar un plan de fertilización, se ubicó en un 23%, cuatro puntos porcentuales más que en la anterior campaña.

En la fotografía del nivel tecnológico global de la producción, el informe de la Bolsa de Cereales señala que en la campaña 19/20 el nivel tecnológico bajo fue el menor de la serie, con un 5% de los productores ubicados en esa escala. Para comparar: en la campaña 2010/11 era de 11%.

Aunque en el informe no lo dice, en este cambio fue decisiva la baja a cero de los derechos de exportación del trigo y del maíz entre 2015 y 2019 que permitió mejorar la relación de rotaciones entre gramíneas y oleaginosas.

En ese escenario cabe hacerse la pregunta sobre “cuánto más” se podría hacer si las condiciones fueran diferentes: si no existiera una presión impositiva asfixiante, si la economía fuera estable o si la infraestructura tuviera un desarrollo mínimamente eficiente, entre otros factores.

Cuando alegremente se ponen prácticas intervencionistas en los mercados que terminan ahogando a la producción se omite el cálculo del atraso tecnológico. En un mundo donde los competidores van a otra velocidad habría que empezar también a sacar esa cuenta. La vara puede colocarse en un nivel mucho más alto.

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