El Mercosur y un aniversario marcado por las diferencias

El Mercosur celebra su trigésimo aniversario. Luce avejentado.

El bloque ha vivido dos etapas. La primera, de auge. Desde su inauguración las exportaciones argentinas dentro del acuerdo crecieron nueve veces hasta 20.000 millones de dólares en 2013, pero desde entonces se redujeron gradualmente hasta apenas la mitad de aquel monto en 2020. Después de generar casi 30% del total de nuestras exportaciones en aquel tiempo hoy no llega al 20% (Asia se llevó la diferencia).

Aunque no asistimos solo al debilitamiento intrabloque: un decenio atrás los cuatro países exportaban en conjunto a todo el planeta 360.000 millones de dólares pero desde ese momento se achicó gradualmente el resultado hasta en un 20% en 2019 y luego en otro 10% en el pandémico 2020.

Ha sido un gran medio para ampliar mercados (más de 2500 empresas argentinas lo aprovecharon), pero en el último decenio los resultados menguaron. Fue hasta hace poco el principal bloque de destino para exportaciones argentinas. Sin embargo, el reciente acuerdo asiático RCEP lo supera.

Aquel primer dinamismo favoreció también la inversión extranjera directa, porque además de otros factores condiciones domésticas ofreció acceso transfronterizo, y entre 1990 y 2010 la Argentina cuadruplicó su stock de IED. Pero ese acervo descendió casi 20% desde entonces.

La prevalencia de la política sobre la economía, lo local sobre lo internacional, los impulsos sobre las instituciones y el statu-quo sobre el cambio que opera en el mundo han impactado. La economía global no se parece a la de hace 30 años.

La nueva globalización no se motoriza en el comercio internacional de bienes físicos, sino en intangibles de la cuarta globalización (conocimiento, innovación, servicios, capital intelectual).

Flexibilidad y apertura son requisitos para participar de lo que la WIPO llama “redes de innovación productiva global” formadas por empresas internacionales, inventores e innovadores, financiadores de proyectos e instituciones ágiles.

Basado en un rígido modelo de unión aduanera, que solo alcanza al comercio físico y no a la economía del capital intelectual, el Mercosur soporta un altísimo arancel externo común (el triple del promedio mundial), que complica la participación en las corrientes de disrupción tecnológica planetarias.

Y padece la escasez de acuerdos de apertura con otros mercados cuando en el mundo siguen naciendo pactos entre países y especialmente entre bloques: hay más de 300 vigentes y eran menos de 50 cuando el Mercosur se creó. Además, sufre la imposibilidad de coordinación interna.

En el Mercosur, que apenas genera 3% del producto bruto mundial, la relación entre exportaciones totales -a todo el mundo- y el PBI sumado del bloque es la menor entre todos los bloques del planeta: menos de 15% (no alcanza a la mitad del 33% que es promedio planetario). La cantidad de empresas exportadoras es solo la mitad de las existentes en la Alianza del Pacífico de los vecinos latinoamericanos.

En este marco debe entenderse el choque de visiones entre los aliados que ocurre en estos días. Brasil y Uruguay reclaman más acuerdos comerciales con terceros porque el arancel que pagan los productos del Mercosur en el resto del mundo es en promedio 50% mayor que el de los competidores. Y quieren menos límites a importaciones para bajar costos de acceso a tecnologías que duplican el promedio mundial. Además asoma la visión sobre sí mismo de Brasil, una de las diez mayores economías del planeta y matriz de 34 de las mayores empresas multinacionales latinoamericanas. Solo seis son argentinas.

La Argentina no parece acompañar el giro. Quizá por diferencias en las concepciones o quizá porque ante invitaciones estratégicas solo puede reaccionar con tácticas por sus emergencias de siempre.

Pues ahora se inicia la cuarta década.

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